martes, 22 de mayo de 2012

Terremotos, que tocan de cerca.

Interesante reflexion extraida del periodico digital QUE, y publicada el dia 21 de mayo. El autor es ANTONIO ARETXABALA DÍEZ, geologo de la Universidad de Navarra.


La Geología no para de darnos sorpresas, esta vez desde dos frentes: por un lado las zonas donde se generan los terremotos y por otro su distancia a núcleos habitados. Cuando como ayer, el golpe de la Tierra se localiza cerca de un núcleo urbano, las consecuencias son catastróficas. Los recientes terremotos mayores de 5 grados en la escala Richter han sorteado en cierta medida el golpear cerca de grandes ciudades. Todos los días los hay y no saltan a las primeras páginas de la actualidad como sucedió ayer o hace un año con Lorca. En Europa todas las semanas golpean y en España cada 2 ó 3 años tiene lugar alguno. Si exceptuamos Lorca en 2011, L?Aquila en 2009 o el de ayer en Ferrara, lo observado últimamente es un abrumador porcentaje en zonas alejadas de núcleos urbanos o el mar.
Desde 2004, Italia se autoconsidera a efectos constructivos y urbanísticos zona de alto riesgo, sin embargo, Ferrara es sorprendentemente la zona en la que menos se espera que ocurran estos fenómenos tan naturales como las tormentas o las nevadas, pero con ritmos distintos.
Todos sabemos del carácter sismogenético de las fallas del Sureste español y de las pirenaicas. Sin embargo, poco conocemos de las que generan sismos dañinos en las mesetas o el Norte, calificadas como en Ferrara de bajo riesgo símico. Pero es que en España no lo debemos olvidar, también nos llevamos sorpresas con estos fenómenos 'intraplaca': en 1817, en Arnedo (La Rioja) se produjo un terremoto al que se le ha adjudicado una magnitud por encima de 6 grados Richter, se sintió desde Palencia a Barcelona. En plena guerra civil, octubre de 1938, Arredondo en Cantabria sorprendió con un seísmo cercano a los 5 grados, se sintió mucho en Santander, pero también en Bilbao y Vitoria. Más recientes, y ya bajo la moderna perspectiva de normativas sísmicas, podemos recordar aquel tan superficial de Pedro Muñoz (Ciudad Real). En 2007, golpeó en plena zona clasificada ya por las normas vigentes como de "bajo riesgo sísmico", los testimonios de cuadros movidos, lámparas oscilando y sustos de la población incluyeron Aragón o Asturias; sólo colapsó parte del Teatro de Almagro, no hubo víctimas, pero dice mucho de nuestro conocimiento de esta piel de toro que habitamos.
Hay ejemplos que se empeñan en demostrarnos nuestra ignorancia sobre el medio que habitamos. Recién estrenada la norma de 1994 (NCSE94), Lugo dejó de ser sísmica, los habitantes de toda Galicia, Castilla, Asturias y Cantabria salieron despavoridos con un terremoto de 5,3 recordándole al BOE que la naturaleza no sabe de burocracia. Hay muchos más ejemplos si incluimos los epicentros del mar, Galicia en 1969 con un seísmo de 5,9 grados. Los más esperables de Cabo de San Vicente de 1969 (7,8), luego en 2007 y 2009 (6,2 y 6,3) sentidos en prácticamente toda la península con llamativos desalojos en edificios de Cádiz, Sevilla o Madrid. Los tres fueron localizados lejos de la costa.
Ya somos más de siete mil millones de almas y la tendencia a la concentración en ciudades es imparable. En una década, cerca del 60% de la población viviremos en ciudades. En diez años, cien millones de chinos abandonarán el campo. Muchas de nuestras ciudades se han construido en muy cortos lapsos de tiempo con los criterios heredados de planteamientos urbanísticos del siglo XX. Trágicamente, una parte significativa de estas ciudades, también de Europa y España, están localizadas cerca de regiones de conocida (o aún no) actividad sísmica ¿No es hora de repensar el urbanismo y desarrollar nuestras mejores herramientas de mitigación como la ley del suelo de 2008? Las normas de construcción sismorresistente no han sido, no son, y nunca serán suficientes.

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