Interesante reflexion extraida del periodico digital QUE, y publicada el dia 21 de mayo. El autor es ANTONIO ARETXABALA DÍEZ, geologo de la Universidad de Navarra.
La Geología no para de darnos sorpresas, esta vez desde dos
frentes: por un lado las zonas donde se generan los terremotos y por
otro su distancia a núcleos habitados. Cuando como ayer, el golpe de la
Tierra se localiza cerca de un núcleo urbano, las consecuencias son
catastróficas. Los recientes terremotos mayores de 5 grados en la escala
Richter han sorteado en cierta medida el golpear cerca de grandes
ciudades. Todos los días los hay y no saltan a las primeras páginas de
la actualidad como sucedió ayer o hace un año con Lorca. En Europa todas
las semanas golpean y en España cada 2 ó 3 años tiene lugar alguno. Si
exceptuamos Lorca en 2011, L?Aquila en 2009 o el de ayer en Ferrara, lo
observado últimamente es un abrumador porcentaje en zonas alejadas de
núcleos urbanos o el mar.
Desde 2004, Italia se autoconsidera a
efectos constructivos y urbanísticos zona de alto riesgo, sin embargo,
Ferrara es sorprendentemente la zona en la que menos se espera que
ocurran estos fenómenos tan naturales como las tormentas o las nevadas,
pero con ritmos distintos.
Todos sabemos del carácter
sismogenético de las fallas del Sureste español y de las pirenaicas. Sin
embargo, poco conocemos de las que generan sismos dañinos en las
mesetas o el Norte, calificadas como en Ferrara de bajo riesgo símico.
Pero es que en España no lo debemos olvidar, también nos llevamos
sorpresas con estos fenómenos 'intraplaca': en 1817, en Arnedo (La
Rioja) se produjo un terremoto al que se le ha adjudicado una magnitud
por encima de 6 grados Richter, se sintió desde Palencia a Barcelona. En
plena guerra civil, octubre de 1938, Arredondo en Cantabria sorprendió
con un seísmo cercano a los 5 grados, se sintió mucho en Santander, pero
también en Bilbao y Vitoria. Más recientes, y ya bajo la moderna
perspectiva de normativas sísmicas, podemos recordar aquel tan
superficial de Pedro Muñoz (Ciudad Real). En 2007, golpeó en plena zona
clasificada ya por las normas vigentes como de "bajo riesgo sísmico",
los testimonios de cuadros movidos, lámparas oscilando y sustos de la
población incluyeron Aragón o Asturias; sólo colapsó parte del Teatro de
Almagro, no hubo víctimas, pero dice mucho de nuestro conocimiento de
esta piel de toro que habitamos.
Hay ejemplos que se empeñan en
demostrarnos nuestra ignorancia sobre el medio que habitamos. Recién
estrenada la norma de 1994 (NCSE94), Lugo dejó de ser sísmica, los
habitantes de toda Galicia, Castilla, Asturias y Cantabria salieron
despavoridos con un terremoto de 5,3 recordándole al BOE que la
naturaleza no sabe de burocracia. Hay muchos más ejemplos si incluimos
los epicentros del mar, Galicia en 1969 con un seísmo de 5,9 grados. Los
más esperables de Cabo de San Vicente de 1969 (7,8), luego en 2007 y
2009 (6,2 y 6,3) sentidos en prácticamente toda la península con
llamativos desalojos en edificios de Cádiz, Sevilla o Madrid. Los tres
fueron localizados lejos de la costa.
Ya somos más de siete mil
millones de almas y la tendencia a la concentración en ciudades es
imparable. En una década, cerca del 60% de la población viviremos en
ciudades. En diez años, cien millones de chinos abandonarán el campo.
Muchas de nuestras ciudades se han construido en muy cortos lapsos de
tiempo con los criterios heredados de planteamientos urbanísticos del
siglo XX. Trágicamente, una parte significativa de estas ciudades,
también de Europa y España, están localizadas cerca de regiones de
conocida (o aún no) actividad sísmica ¿No es hora de repensar el
urbanismo y desarrollar nuestras mejores herramientas de mitigación como
la ley del suelo de 2008? Las normas de construcción sismorresistente
no han sido, no son, y nunca serán suficientes.
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